Hay fechas que son imborrables. El dos de abril de 2005 es una de ellas. Ese día poco antes de las diez de la noche, fallecía Juan Pablo II después de una larga agonía.
En muchos hogares en el
mundo entero se tuvo la impresión de que había muerto una persona de la familia. Durante más de 26 años lo habíamos seguido, día tras día, en eventos históricos, en momentos buenos y en momentos malos, en momentos dramáticos como el de su atentado el 13 de mayo de 1981.
Muchos de nosotros, crecimos con él, nos volvimos adultos por lo que nos reconocemos en la “generación” Juan Pablo II. Para los mexicanos, sus 5 visitas a México y su cercanía constante, fueron una historia, creo, única e irrepetible.
A 17 años de su fallecimiento, seguimos sintiéndolo cerca y por ello no podemos olvidar esta fecha. Yo no puedo dejar de dar las gracias por la bendición que representó poder seguir y cubrir su pontificado desde el primero
hasta el último día.
No podría haberme tocado una experiencia profesional y humana más enriquecedora. Nunca olvidaré que la noticia de su muerte, mientras transmitía desde una azotea de la via de la Conciliacione, me la dio mi hija Carolina, que lleva este nombre por él. “Mamá, murió el papa” me dijo, con una voz muy triste, consciente de que para mí no era una noticia sino mucho más.
Fuente: Valentina Alazraki